Quizás el impacto de una persona sobre nuestras vidas se percibe mejor, lamentablemente, cuando esa persona falta. Ese es mi caso con el recordado maestro Cheo Feliciano.
Su influencia musical y su don de gentes fueron para mí escuela y norte. Hace falta Feliciano. El cantante, la persona, el amigo, la eterna sonrisa y su conocido “familia” dejaron un vacío que, como dice la canción de Alberto Cortez, “no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
El pasado domingo, gracias a la iniciativa del amigo José Nelson Díaz y la cadena Salsoul, tuve el privilegio de volver a homenajear a Feliciano al lado de mi querido hermano Víctor Manuelle el “Sonero de la juventud” en el Aniversario de la Salsa presentado en la ciudad señorial, Ponce.
Ante miles de salseros y con un elenco de primera de diferentes generaciones tuvimos Víctor y yo el honor y la difícil tarea de interpretar el repertorio de Feliciano.
Quizás, porque el concierto se celebró en la ciudad natal del maestro; quizás por encontrarse su familia presente, el concierto se revistió de algo muy especial.
Una orquesta exquisita con algunos de los mejores músicos de nuestro país y dirigida por el maestro Louis García, quien por más de 30 años fungió como director musical de Cheo, sirvió de marco para el tributo que con el mayor de los respetos le rendimos a nuestro admirado amigo e ídolo.
La química entre Víctor y yo siempre fluye en el escenario y el pasado domingo no fue la excepción. Solo nos miramos y ya sabemos lo que hay que hacer. Y con tan importante respaldo musical, lo que había que hacer era apretarse los pantalones y dar lo mejor de nosotros para complacer a un público cariñoso, pero exigente y honrar como se merece a quien consideramos el cantante que todos queremos ser.
El primer tema, el clásico Anacaona, de Tite Curet Alonso, la banda sonando potente y en una esquina de la tarima la familia Feliciano: Cocó, dos de sus hijos, nueras, nietos y hasta sus biznietos recibiendo con una mezcla de orgullo y nostalgia el homenaje de los colegas y un pueblo al patriarca de la familia.
Como si todo esto fuera poco, en medio de nuestra interpretación y con una energía que recordaba los días dorados, entró bailando a la tarima Cocó, que para los que no lo saben (o no la han visto) es tremenda bailadora. En ausencia de su adorado Cheo me tocó a mí el honor de ser su pareja de baile.
Entonces fue que toda la emoción de la tarde me embargó. La sonrisa de Cocó iluminó más que el propio sol la tarima y la banda apretó más aun, como si el propio Cheo estuviera al frente diciéndonos: “se soltaron los caballos”.
Gracias Víctor, por permitirme compartir contigo esto que sigue siendo para ambos uno de los proyectos más importantes. A los Feliciano por quererme como “familia”; y a José Nelson y a Salsoul por darme ese privilegio. Y, nada, así pasé mi domingo… cantándole a Cheo y bailando con Cocó.