Esta semana, mientras disfrutaba la visita de mi querido padre, me di cuenta que al tenerlo a mi lado es imposible no recordar y revivir momentos, lugares y personas que nos llenan de nostalgia e, inevitablemente, nos ponen una sonrisa en el rostro.
Gracias a mis padres, mi niñez y mi adolescencia estuvieron llenas de amor y de mucha música. Y no, en mi casa no había músicos, pero sí mucha música.
Don Gilberto Santa Rosa Ramírez, mejor conocido por sus familiares, compañeros de trabajo y amistades más cercanas como “Pompi”, era bastante ecléctico en cuanto a su música se trataba.
Creo que gracias a su gusto tan diverso por la música me acostumbré a escuchar y a aprender algo de casi todos los géneros musicales. Un domingo en nuestra casa era un banquete musical. Comenzaba con discos del dúo Capacetti-Torres, seguido del Trío Los Panchos, Los pleneros del Quinto Olivo, Pototo y Filomeno (con la Orquesta Melodías del 40), Gilberto Monroig y su guitarra, El Gran Combo, Gardel, entre otros que formaban parte del repertorio en la casa de la familia Santa Rosa.
Como olvidar la “fiebre” que le dio a mi querido padre con algunos discos específicos y que se convirtieron en melodías constantes en la casa. Estuvieron presente, todas las semanas por un tiempo (bastante extenso). O sea, era una especie de Top Ten de “Gobierno”, como le decían sus amigos del caserío Las Casas por su uniforme de la Guardia Nacional. El disco Tango USA de Mariano Mores duró bastante en el hit parade familiar.
En una ocasión llegó con un disco de marchas, sí, marchas. Interpretadas por las famosas marching bands que tocan en las paradas, desfiles y actos oficiales. Cuando era el turno de las marchas, mi hermana mayor y yo (no había nacido la menor aún) salíamos corriendo de la casa a los primeros acordes.
Regresó mi padre de un viaje a New Orleans y vino cargando con un disco del estilo de dixieland, un estilo de jazz rústico y tradicional bastante lejano de los gustos del barrio en esa época.
Nunca olvidaré el disco de Joe Quijano ni el de los Hermanos Lebrón. El merengue María de Quijano y el tema Salsa y control se convirtieron en los top por un período de tiempo en la casa y se alternaban uno con otro logrando en poco tiempo “quemarlos”, como decimos los boricuas.
Recuerdo perfectamente el viernes que llegó mi padre a la casa con el disco Palladium Memories de Tito Rodriguez y como me impresionó (y todavía me impresiona) el sonido de la sección de ritmo.
Excepto el rock y la música clásica, en mi casa se escuchaba toda clase de música popular latinoamericana. El dúo de pianos de Damirón y Rafael Elvira, los merengues de Ángel Viloria cantando Dioris Valladares, hasta un disco de Tavín Pumarejo en su personaje de Paco y uno de twist publicados ambos por la marca Texaco.
Lo mejor del cuento es que cuando comencé a grabar, mi papá se convirtió en el mejor promotor de los discos en los que yo participaba, regalando algunas copias de promoción y vendiéndole a la “cañona” a sus panas el disco nuevo del “nene”.
Así fue como comenzó mi afición por la música. Así empecé a apreciar, a respetar y a aprender de los diferentes géneros.
Los discos de moda, entre ellos los clásicos de nuestro género salsero, llegaban a nuestra casa gracias a la buena costumbre del “viejo” de comprar discos.
Más adelante comencé a cantar y decidí que iba a ser mi oficio, en el cual ya cumplo 40 años trabajando como profesional y todo eso tuvo su base en… “La música de mi viejo”.
¡Camínalo! Gilberto Santa Rosa