Corría el año 1974 y como tradicionalmente hacemos los puertorriqueños pasado el Día de Acción de Gracias, comenzamos las fiestas navideñas. En un ambiente lleno de música y las casas decoradas con luces y figuras alusivas, celebrábamos estas fiestas que los boricuas tradicionalmente hacemos durar más que ningún otro país.
Ese año, en la cuarta extensión de Country Club en Carolina, un grupo de chamaquitos, entre los que nos encontrábamos el hoy día conocido músico y director de orquesta Don Perignon y este servidor, comenzábamos nuestra carrera de aficionados. En esos años teníamos a nuestros vecinos locos, según nosotros tocando y según ellos “haciendo ruido” con cuanto artículo teníamos a la mano: latas de pintura, zafacones plásticos, palos de escoba, guayos de cocina… cualquier artículo de la casa que pareciera un instrumento servía a nuestros propósitos de hacer música y, sobre todo, hacer música de salsa.
Vitito, los hermanos Danny y Johnny Rodríguez, Don y yo alborotábamos el barrio a menudo buscando perfeccionar nuestro talento y rústica propuesta musical. Fue durante el comienzo de la temporada navideña del ‘74 que nos surgió la idea de invocar la generosidad de los Santos Reyes Magos y cada uno pedir de regalo un instrumento. Durante meses nos esforzamos en la escuela y en el comportamiento para no atentar contra el resultado de nuestra petición.
Escribimos a Melchor, Gaspar y Baltazar y esperamos con ansias el resultado. En mi caso decidí agregarle a mi deseo de tener una tumbadora un corto, pero contundente repertorio de discos: Indestructible de Ray Barreto, Sentido y Eddie Palmieri in Concert at The University of Puerto Rico. El fruto de nuestro esfuerzo fue determinante y exitoso para lograr que los Reyes nos complacieran con nuestros instrumentos y así organizar nuestro primer grupo formal junto a Angelito, Jorge Antonio y algunos compañeros más. Así nació nuestra Evolución ‘75, nombre que desapareció en solo un año cuando ingresamos a la Federación de Músicos, pero esa es otra historia…
Mezclando nuestra tradición con nuestra inquietud artística, nos dedicamos a llevar trullas a todos los vecinos y familiares. Nuestro rústico grupito de salsa comenzó a amenizar fiestas en las cuales dábamos rienda suelta a nuestro incipiente talento. No sé si el público disfrutaba de nuestra presentación, lo que sí estoy seguro es que nadie disfrutaba más que nosotros.
Mi Navidad y mi niñez las pasé entre Country Club en Carolina y el caserío Las Casas de Santurce rodeado de familia, amistades, música y un ambiente maravilloso, mismo que le deseo a todos.
Es imposible rememorar estos días sin que llegue a mi mente la imagen de doña Ana María Cortés, mi madre, mujer alegre y amante de la música y de preparar el más sabroso menú navideño y la lista de regalos a familiares más larga que he visto en mi vida (no se le quedaba nadie). Mis abuelos, tíos y primos, momentos y familia que me acompañan siempre en estos días cuando la nostalgia es la orden del día.
Han pasado 42 Navidades desde entonces y con Dios primero muchas pasarán y yo sigo y seguiré recordando con especial cariño aquella Navidad del ‘74.
¡Camínalo! Gilberto Santa Rosa