A finales de los noventa, antes de que YouTube irrumpiera en la web con su catálogo de videos a la carta, cuando los mitos aún no perdían su aureola fantástica, a la movida salsera de Lima llegaban noticias de un trujillano que se paseaba por Europa, tocando el piano del lado opuesto y sin alterar las armonías de su tumbao.
Alfredo de la Fe, el cubano corpulento que introdujo el violín eléctrico a la salsa, lo había acogido en su orquesta de latinos indocumentados en Suiza, y lo había elegido como su arreglista en su disco Latitudes (2000). Se rumoreaba, además, que acompañaba a Celia Cruz, la voz más azucarada de la música afrolatina.
Hoy bastan un par de clicks para comprobarlo. En el prestigioso festival de jazz de Montreux, un muchacho de guayabera amarilla, lentes ahumados, rayitos rubios y argollas en las orejas entra en trance en ‘Muñeca’, famoso tema de Eddie Palmieri. El teclado de espaldas, y los dedos moviéndose a la velocidad de una película de ciencia ficción.
Casi 20 años de eso. La ‘Guarachera de Cuba’ murió poco tiempo después, De La Fe se marchó a Nueva York, y César Correa quedó como director de Mercadonegro, una orquesta integrada por tres peruanos (el percusionista Walter Rebatta y el trombonista Humberto Amésquita), cuatro cubanos, dos colombianos, un venezolano, un italiano y un brasileño.
Mercancía de la sonoridad más diversa que transita entre la potencia de la salsa dura y la elegancia del jazz.
El fundador bosteza, luego de 22 horas de viaje, esta mañana, en la casa de sus padres (ambos pianistas trujillanos), en La Molina.
Correa ha regresado al Perú después de tres años, y la que parecía ser una visita familiar se ha convertido en una mini-gira de presentaciones, clases maestras y entrevistas. En Trujillo reforzó a la Sinfónica y se reencontró con su primera banda de rock después de 25 años. En Lima dictó talleres y rindió un homenaje a Richie Ray y otras leyendas de la salsa, junto a sus paisanos de la orquesta Segovia.
Ha venido solo Correa. Ya no es el veinteañero colorido sino un cuarentón reposado, con un hijo de once años cuyo nombre (Giuliano) se ha tatuado en el antebrazo izquierdo.
En abril pasado, la comunidad salsera quedó decepcionada, tras la cancelación de sus shows. Mercadonegro, que ha recorrido Europa, Asia y África, iba a resonar por primera vez en Latinoamérica. Todo estaba cuadrado. Pero en la semana que debían enrumbar hacia Lima, el empresario se borró, dejándolos mal parados.
—Tengo temor de perder credibilidad. En Europa hemos cerrado contratos de palabra, pero aquí fue distinto.
Tan distinto como que se mande un solo de diez minutos, en un salsódromo. “Mis amigos me han dicho que me tirarían tomates”, bromea.
Es un bicho raro Correa. Se formó en el Conservatorio de Friburgo y en el Swiss Jazz School en Berna. Aunque sus dedos se han desplazado con maestría en las tarimas más afamadas de Europa al lado de Ismael Miranda, Charlie Aponte e Issac Delgado, en Lima pasa desapercibido.
—No me produce resentimiento no ser conocido en el Perú. Mi carrera la hice afuera. Pero sí me interesa musicalmente.
El ‘extraterrestre del piano’, como lo ha bautizado su pequeño club de fans, ha moldeado su estilo al oído nórdico, donde en algunas zonas los policías son capaces de suspender un concierto si sobrepasa los 90 decibeles.
-Una de las cosas que más me chocó cuando llegué a Suiza fue el silencio. Ahora lo aprecio. Me da paz para crear.
La paz lo ha abstraído en el último tiempo. En febrero entrante saldrá a la venta La salsa es mi vida, la tercera producción de Mercadonegro que contará con el aporte de Yuri Buenaventura, Alexander Abreu, y posiblemente de José Alberto ‘El Canario’.
Por si fuera poco, este sábado 19 presentará en el Teatro Nacional de Berna, Éxodo, su primer disco en solitario. Una fusión de jazz, música clásica y música criolla que incluirá su versión del valse Nube gris de Eduardo Márquez Talledo.
Una vez Eddie Palmieri me dijo: Tú sí me entiendes. Podrías ocuparte de lo mío, cuando no esté . Pero yo quiero mi sello.