Nueva York – La mítica sala Carnegie Hall, que ha sido testigo de la presentación de las orquestas y artistas más prestigiosos del mundo, se vistió de gala salsera anoche con la actuación del cantante puertorriqueño Gilberto Santa Rosa, quien hizo gala de su gran talento como intérprete de la música antillana.
Esta es la segunda ocasión en que el versado vocalista pisa los escenarios de esa prestigiosa sala de espectáculos, ubicada en el corazón de Manhattan, en Nueva York, y destacada por su arquitectura, historia y acústica.
La primera vez fue hace 21 años, justo al momento en que Santa Rosa despuntaba en su carrera artística como una de las más importantes figuras del género salsero, una experiencia que le sirvió para abrir surcos en varios escenarios alrededor de América y Europa.
Hoy, en cambio, su paso por ese hermoso auditorio -que destaca por su impresionante forma de herradura y cuya construcción se basó en un estilo renacentista italiano- fortalece su presencia artística, reafirmándolo como una de las personalidades musicales más grandes e importantes del cancionero caribeño y latinoamericano.
Santa Rosa volvió ahora a encandilar a sus admiradores neoyorquinos con un repertorio de éxitos de ayer y hoy que interpretó magistralmente y en compañía de una orquesta de veteranos instrumentistas puertorriqueños, algunos “cómplices” de la aventura musical que el cantante emprendió en 1986 cuando inició su carrera como solista.
Los primeros arpegios fueron para el tema “Quién lo diría”, el punto de partida para una velada cadenciosa que enloqueció a la audiencia que llenó a capacidad las 2,800 butacas del salón y que cantaron, bailaron y disfrutaron de principio a fin.
Entre los asistentes se encontraban el epidemiólogo Johnny Rullán, el activista Pedro Julio Serrano, Grace Marie Herger, Eguie Castrillo, Willie Torres, Michael Camilo y Tito Rodríguez, Jr.
También sonaron las melodías “La agarro bajando”, “Almas gemelas” y un popurrí de éxitos salseros de la creación del cantautor panameño Omar Alfanno, lucidas como la obertura rítmica que sirvió de preludio al primer segmento de interpretación romántica en tiempo de bolero.
“Apaga la luz” y “No pensé enamorarme” fueron las primeras vocalizaciones bolerísticas de la noche, para las que Santa Rosa se valió de la compañía de la joven cantante Ana Isabelle, logrando un dueto espléndido y cautivador.
Del encanto del bolero se peregrinó nuevamente a la salsa, con los temas “Derroche” e “Isla del encanto”. Este último colmó de euforia y emoción a los cientos de puertorriqueños de la diáspora que presenciaron el magno espectáculo, al que también acudieron miembros de la comunidad dominicana, colombiana, venezolana, peruana, cubana y panameña que integran la extensa y diversa geografía neoyorquina.
Luego, el denominado “Caballero de la Salsa” volvió a matizar el ambiente con la rítmica del bolero, pero en esta ocasión interpretando el tema “La soledad” en íntima compañía del sonido de la guitarra, ejecutada sublimemente por el virtuoso músico Luisito Marín. En ese instante también cantó el bolero “Mentira”, en la misma tonalidad acústica y con la misma belleza sonora.
Mas la salsa retomó su sitial con “Qué manera de quererte” y “Montón de estrellas”, en un preámbulo para homenajear a la figura del fenecido salsero Cheo Feliciano con la vocalización de dos de sus más consagrados éxitos: “Juguete” y “Canta”.
“Conteo regresivo” y un medley de sus laureles salseros fueron atisbando la parte final del concierto que, como ocurrió hace 21 años, volvió a brillar con la interpretación de “Perdóname”, tema que se acompaña de un prolongado juego espontáneo de creación de versos y rimas que destaca, ante todo, la grandeza de Santa Rosa como el mejor improvisador sonero de su tiempo.
Tras una extensa y maravillosa velada, que se extendió por dos horas y media, el cantante fue marcando su despedida con “Que alguien me diga”, cantado en sus versiones de balada y salsa, para luego, en un aclamado retorno al escenario, realizar un popurrí de plenas puertorriqueñas que, una vez más, acentuó el espíritu nacional que permea en la comunidad boricua de Nueva York.
El espectáculo del Carnegie Hall, que se denominó “The Man and His Music II”, fue una muestra más del gran talento de Santa Rosa y de la madurez artística que ha conformado a lo largo de una exitosa trayectoria en la que, además de cantar, ha brillado por los atributos de su simpatía y afabilidad.
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