Lo viví, lo gocé y no volverá

Por haber comenzado a cantar profesionalmente prácticamente siendo un niño tuve la oportunidad de vivir varias etapas en el desarrollo de la industria musical de nuestro Puerto Rico.

Ser cantante de algunas de las mejores orquestas del país me permitió tener un taller y vivir las experiencias propias del trabajo colectivo.

Caminar por toda la Isla y trabajar en diferentes tipos de presentaciones me hizo madurar temprano y entender la seriedad del trabajo del entretenimiento; que muchas veces se piensa que no es serio y no requiere disciplina ni orden.

Entré al ambiente a mediados de la década de 1970, por lo que pude vivir un Puerto Rico de mucha actividad bailable. En toda la Isla existían importantes salones de baile que funcionaban todos los fines de semana. Se bailaba en los cuatro puntos cardinales y hasta en el centro de la Isla.

La combinación de estos centros de baile con las fiestas patronales, carnavales, festivales, graduaciones, semana de secretarias, bailes prejustas, día del estudiante, fiestas de compañías, convenciones, y asambleas propiciaban un centro de trabajo impresionante.

Los clubes y salones de baile eran la orden del día. El bailador de la época trabajaba la semana y llegado el fin de semana tenía la feliz y ardua tarea de decidir dónde ir a bailar, ya que la oferta era basta y de muy buena calidad.

Lomas del Sol Night Club, Monte Casino, Rancho Siete, Villa Recreo, Villa Colorado, Villas del Abey, La Quinta de Corozal, Real Palma, Xanadú, El Ferrocarril, Terraza Dos Hermanos, Happy Tree, Gran Café, Green Center, Salón Monte Carlo, Toa Vaca View y La Hacienda Country Club son algunos de los nombres que me llegan a la memoria.

Estos lugares, y otros que se pierden en el recuerdo, fueron escenario de bailes memorables con lo mejor del talento salsero y los bailadores haciendo alarde de sus habilidades. Algunos clubes privados, como Casa España y los Clubes de Leones, se convertían en salones de baile los fines de semana, uniéndose así a la gran propuesta.

Debido a la demanda que había por la música bailable, las orquestas y cantantes solistas recorrían la Isla entera prácticamente  semanal.

Dos orquestas alternaban y cada una tocaba tres sets;  ese era el estándar para los bailes. La duración y la manera en que se distribuía el tiempo, así como el montaje de cada orquesta (hay que recordar que cada una tenía sus propios instrumentos, atriles y equipo de sonido) permitían crear una dinámica entre las orquestas que lamentablemente se perdió.

Los integrantes de las diferentes orquestas se relacionaban y compartían en un ambiente de franca camaradería y compañerismo.

Eso sí, llegado el momento de la tarima ese mismo ambiente se tornaba en uno de sana competencia donde cada orquesta quería demostrar “de qué estaba hecha” para ganar la aceptación del exigente público que esperaba lo mejor de cada una.

Aceptando a regañadientes que los tiempos cambian, y lamentando que los muchachos de ahora no tengan ese taller ni puedan vivir esa experiencia, me quedo en mi viaje nostálgico.

Voy volando desde Washington hacia la República Dominicana y me mente regresa hacia una bella época que viví, disfruté… y no volverá.

¡Camínalo!  Gilberto Santa Rosa

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