A menudo escribo y hago referencia a los cantantes que admiro y los que escuché cuando fui un principiante. No solamente fui un admirador, sino que un nutrido grupo de hombres y mujeres, sin ellos saberlo, tuvo mucho que ver en mi decisión de dedicarme formalmente a la música. Ellos por ser mi motivación…. ellas por ser mi inspiración.
Sus voces, estilos y presencia me conquistaron e influenciaron para desarrollarme en este difícil, pero interesantísimo campo de la música.
En diversas columnas les he compartido ciertos nombres de esos cantantes, de diferentes géneros, que me marcaron… Cheo Feliciano, Tito Rodríguez, Marco Antonio Muñiz, Frank Sinatra, Chuito “el de Bayamón”, Ismael Quintana, Davilita, Chucho Avellanet, Santitos Colón y Gilberto Monroig son solo algunos de tantos que escuché y me dieron lecciones sobre la música popular y su interpretación; bien sea a través de sus presentaciones en vivo, la televisión o las grabaciones que todavía conservo.
Al hablar de música, un grupo de distinguidos caballeros como este, estaría incompleto si no mencionara las damas. Exquisitas señoras cantantes que labraron su nombre en el desarrollo de la música popular y que fueron igual de importantes para mí. Maestras del sentimiento, del fraseo y del dominio escénico. La lista es grande, ya lo verán.
A algunas tuve la dicha de verlas actuar en vivo; y a otras, inclusive, pude hasta conocerlas, pero a todas las admiré y me enseñaron que cantar e interpretar bien no es asunto de géneros.
Estilos diversos, voces muy disímiles y todas con una presencia imponente, hicieron que estas damas triunfaran y se impusieran en un oficio y una industria dominada por hombres en una época donde la calidad artística era lo más importante y la llave al éxito. Nadie se hacía famoso o se “pegaba”, como decimos en el argot, por un escándalo o por lo complicado de su vida privada.
A esto hay que añadirle el estigma de que las mujeres “no vendían discos”, menudo mito que estas damas se encargaron de echar por tierra.
Sensibilidad, coquetería natural, la dicción que poseían estas damas, clara y diáfana, acompañada de una inmensa y profunda musicalidad fueron sus mejores armas.
Cantantes como La Lupe, Graciela Grillo, Celia Cruz, Celina González, Sylvia D’ Grasse, Myrta Silva y Celeste Mendoza fueron, para mí, una guía para interpretar esto que hoy día llamamos salsa.
Manejaban el ritmo y la clave de una manera orgánica y su fraseo fluía como si flotaran sobre el acompañamiento sin perder la fuerza interpretativa y el sabor.
De las voces de Carmen Delia Dipiní, Blanca Rosa Gil (la favorita de doña Ana María, mi mamá), Ruth Fernández, Olga Guillot, Elena Burke y Omara Portuondo aprendí a entender las canciones e impartirle la intención correcta a cada frase; dramatismo, picardía… Estas maestras de la interpretación me enseñaron a hacerlo sin caer en la tentación de la exageración.
Cualquiera con sensibilidad y deseos de aprender encuentra un mundo de conocimiento escuchando a Billy Holliday, Ella Fitzgerald, Sara Vaughn o Judy Garland.
En nuestra música autóctona, Priscila Flores y Ernestina Reyes “la Calandria” no solo despertaron en mí el amor y el respeto por nuestra música, aprendí también que los elementos antes descritos, para una buena interpretación, tienen los mismos resultados en todos los géneros.
Lucecita Benítez, Ednita Nazario, Yolandita Monge, Lucy Faberí, Victoria Zanabria, India, Rocío Jurado, Eugenia León, Yolanda Rivera, Milly Quezada, Sophy, Kany García, Olga Tañon, Nydia Caro, Choco Orta… todas genios del feeling y la interpretación en su género y estilo.
Para todas ellas, y las que me faltaron, mi agradecimiento como artista y como su fanático. Gracias por darnos lo mejor de ustedes y enseñarnos que la calidad, la experiencia y el talento no se improvisan.
En mis ratos libres las escucho, disfruto de su música y pienso… ¡Qué mucho aprendí de ellas!
¡Camínalo! Gilberto Santa Rosa