A sus 80 años, Eddie Palmieri, el “Sol de la música latina”, dice estar mejor que nunca. Tiene el entusiasmo y la alegría de un joven. Ríe con frecuencia, recuerda con afecto a sus maestros –empezando por su hermano ya fallecido, Charlie- y celebra la colaboración de los músicos que tocan con él, algunos de los cuales califica como “genios”. Ese es un adjetivo que, ciertamente, muchos no dudan en aplicarle a él.
Sería perfectamente posible escribir una versión válida de la historia de la salsa haciendo
referencia solamente a la carrera discográfica de Palmieri. Según algunos críticos, “El sonido nuevo”, el disco que hizo junto a Cal Tjader en 1966, dio origen al género, al mezclar elementos de jazz con tradiciones musicales afrocubanas. “Justicia” y “Vámonos pal monte” dieron cuenta de las luchas sociales de la época. “In Concert at the University of Puerto Rico” es un documento histórico de inigualada energía. El álbum “Sentido” presentó el tema “Puerto Rico”, una especie de himno nacional para los salseros. “The Sun of Latin Music” ganó el primer premio Grammy a la música latina. “Palmas” creó una nueva fusión de salsa y jazz. “La Perfecta II” actualizó para las nuevas generaciones el sonido pionero de su primera orquesta.
En ese sentido, su nuevo y excelente disco, “Sabiduría”, puede ser visto como la culminación -hasta ahora- de una brillante carrera que continúa explorando nuevas formas y fusiones, con la ayuda de importantes talentos como el vibrafonista Joe Locke y el violinista Alfredo de la Fe, entre otros.
La orquesta de Eddie Palmieri también ha sido la plataforma de lanzamiento de algunas de las voces más importantes del género salsero: el recordado Ismael Quintana, su primer cantante y coautor de su éxito “Adoración”; Lalo Rodríguez, quien saltó a la fama con apenas 16 años interpretando “Nada de ti”; Herman Olivera, Tony Vega, La India… El inmortal Cheo Feliciano también le puso voz a sus canciones.
Los reconocimientos no le han faltado. Varias de sus grabaciones forman parte de la colección del Instituto Smithsonian en Washington D.C., así como del Registro Nacional del Congreso. A pesar de ser un álbum de salsa, “Vámonos pal’ monte” fue incluido por el prestigioso crítico Ben Ratliff en su libro sobre las 100 grabaciones esenciales de jazz. Su cualidad de innovador ha sido comparada con las de mitos vivientes tales como Keith Jarrett, Herbie Hancock y Chick Corea.
Y en el 2013, recibió el máximo honor que puede obtener un jazzista en los Estados Unidos: el título de Maestro del Jazz, otorgado por la Fundación Nacional para las Artes.
Con notable amabilidad y buen humor, el maestro Palmieri conversó con El Nuevo Día sobre sus inicios, su carrera –con frecuentes referencias al trombonista ya fallecido Barry Rogers, quien fue fundamental en el desarrollo de su visión musical- y su nueva grabación, de la cual se muestra sumamente orgulloso. “Yo sé que te voy a excitar con mi música. No lo dudo, yo lo sé. Es lo que aprendí de Cuba, junto con las armonías de jazz”.
¿Cuáles son los primeros recuerdos de tu vida musical?
Naturalmente, con mi hermano Charlie, que me llevaba 9 años. Era mi único hermano y mi influencia completa de jovencito. Nací en la (calle) 112 de Harlem, pero me crié en el Bronx, desde los cinco o seis años. A los 11 ya estaba estudiando con la maestra Margaret Bonds, que era concertista y daba lecciones en el mismo edificio del Carnegie Hall. Mi hermano fue estudiante suyo y me llevó donde ella.
¿Cómo fue tu juventud?
Yo me pasaba jugando “stickball” en la calle, con un palo de escoba, y escuchando a la vez la música que salía de todas las bodegas: Machito, Tito Puente, Tito Rodríguez, el fenómeno del mambo de los años 50. También oía los discos que traía mi hermano Charlie. A los 13 años ya estaba tocando timbales con la orquesta de mi tío. Pero mi madre no quería que tocara timbales, sino piano, así que me compró una caja de metal bien pesada para que llevara mis timbales. Mi madre me decía, “¿puedes con ese peso?” y yo le respondía que sí, haciendo un tremendo esfuerzo (risas). Ella me decía, “¿tú no quieres ser como tu hermano, que sale de la casa sin tener que cargar nada?” A los 15 años le hice un negocio a mi tío, le di los timbales y volví al piano. Hasta hoy estoy tratando de aprender a tocar el piano.
¿Cómo entraste en contacto con el jazz?
A mí no me gustaba el jazz, yo no lo comprendía, aunque mi hermano me traía los discos. Pero una vez el trombonista Barry Rogers me invitó a (el club) Birdland. Me dijo, “quiero que escuches jazz”. Vimos nada menos que a John Coltrane con su cuarteto original, con McCoy Tyner, Jimmy Garrison en el bajo y Elvin Jones en la batería. Ahí me hice fanático del jazz y de Tyner, que luego fue mi mentor. Después empecé a investigar a Art Tatum, Bud Powell, Bill Evans y otros pianistas de jazz.
¿Cómo conociste a Barry Rogers?
Lo conocí en un “social club” en el Bronx, en un “jam session” que había organizado Johnny Pacheco, quien estaba en la época de transición entre la charanga y el tumbao cubano. Barry me traía grabaciones de orquestas de África, India, de todos lados. Después conocí a Manny Oquendo, el timbalero, quien me enseñó la estructura y el secreto de las orquestas cubanas para excitar al público en dos minutos.
Con La Perfecta presentaste por primera vez una orquesta de salsa que destacaba los trombones. ¿Cómo llegaste a esa idea?
Por Barry Rogers y porque económicamente me daba resultados. Fue después que salí de la orquesta de Vicentico Valdés, con la que toqué durante entre 1956 y 1958, y de la de Tito Rodríguez, con la que estuve entre 1958 y 1960. En el verano, las grandes orquestas, las de Machito, Tito Puente, Tito Rodríguez, se iban a tocar a la zona de las (montañas) Catskills, donde había trabajo. La orquesta de Vicentico Valdés era la que se quedaba tocando en el Palladium. Cuando conocí a Barry Rogers y a George Castro, con su flauta de madera, y tuve suficiente plata para pagarle a ambos, hice La Perfecta. Sabía que eso era lo que yo quería para darle la fuerza a mi orquesta. Me dije, “ese es el sonido que estoy buscando, que es completamente diferente, con el trombón al frente”. Los solos que cogía Barry Rogers eran para asustar a cualquiera. Luego llegó José Rodrigues, de Brasil vía Santo Domingo. Esa combinación de dos trombones jamás se podrá igualar. De hecho, una vez José Rodrigues me dijo, “si Barry sigue tocando así, se va a morir”, por la fuerza que le metía al instrumento. Y de hecho, así fue finalmente, porque Barry padecía del corazón.
Algunos críticos dicen que “El sonido nuevo”, que grabaste con Cal Tjader, es el disco que dio origen al género de la salsa.
La palabra salsa no significa nada. Todos esos ritmos tienen su propio nombre, la guaracha, el son montuno, el guaguancó, el yambú y la Columbia; todos vienen de la madre rumba. Yo pongo la salsa encima de la pasta (risas). Cuando Tjader vino a Nueva York en 1966, él quería grabar con La Perfecta, pero hicimos otra cosa. Comercial, pero bien típico y sabroso.
El tema “Puerto Rico” se ha convertido en un himno nacional de la salsa. ¿Cómo te sientes al respecto?
Es un honor para mí. Estaba en la playa cuando me vino la idea y de ahí viene la línea “con sus aguas benditas”. Ese disco fue mi reencuentro con Barry Rogers, que había dejado la orquesta en 1968. Él hizo la orquestación, con Víctor Paz en trompeta, Mario Rivera en el barítono y Barry y José Rodrigues en los trombones.
En “Sabiduría” hay mucho espacio para otros sonidos, como el vibráfono, el violín y la guitarra eléctrica. ¿Quisiste destacar aquí tu aspecto de líder de banda, más que de pianista?
Quise destacar la combinación entera. Como me dijo una vez mi señora, quien falleció hace cuatro años: si lo puedes hacer, hazlo. Yo no soy pianista de jazz, conozco las armonías, que me las enseñó mi maestro por 25 años, Bob Bianco. Pero hago mis arreglos sabiendo quiénes los van a tocar. Los que tengo son los mejores músicos del mundo. Combino músicos cubanos, como Alfredo de la Fe; afroamericanos, como Donald Harrison; de Venezuela, como Luisito Quintero; (puertorriqueños) Anthony Carrillo, Little Johnny Rivero y Luques Curtis, el bajista que más me ha comprendido a mí. Ese jovencito tiene una cuestión espiritual conmigo. (El saxofonista) Louis Fouché y (el trompetista) Jonathan Powell son unos genios.
De manera que estás muy satisfecho con el disco.
Para mí el que no baile con este disco es que está muerto o se debe morir (risas). Es el mejor disco bailable de “latin jazz” que existe. Oye, no el mejor en “latin jazz”, sino en “latin jazz” bailable. Machito, Tito Puente y Tito Rodríguez hicieron cosas increíbles. Pero “Sabiduría” también tiene cosas que nunca se habían hecho antes, como un tema en el que cuatro violines están “voiced” como si fueran cuatro trompetas. También tiene a (el saxofonista) Donald Harrison cantando un tema al estilo tradicional de los indios de New Orleans.
En cuanto al piano, ¿dirías que tu manera de tocar ha evolucionado con los años?
Oh, sí, el propio Donald me lo dijo una vez, “tú tocas tus solos como si fueras un ‘drummer’”. El piano es un instrumento percusivo. También tuve mucha suerte de que me recomendaran al maestro Claudio Saavedra, que me enseñó la independencia de manos. Hay que saber separar la mente. Por eso pude tocar el solo de “Azúcar pa’ ti”, en que hago la improvisación con la mano derecha y el montuno con la izquierda. Pero, te digo, Chucho Valdés, que es un buen amigo, ese pone a temblar el piano cuando sube a tocar. Igual que mi amigo Randy Weston, que cumplió hace poco 91 años.
En tus presentaciones recientes has lucido sumamente contento y a gusto en el escenario. ¿Sigues teniendo la misma ilusión y la misma alegría de siempre?
No, ahora estoy mejor que nunca. Una vez, en Puerto Rico precisamente, un periodista me hizo una pregunta increíble. Me dijo “Palmieri, ¿usted está loco?”. Yo lo miro y le contesto, “pues sí.
Como dijo Aristóteles, un músico o un artista es un loco inspirado (risas)”. Después que me declaré loco estoy mejor. ¿Quién va a discutir con un loco? (risas).
¿Cómo te sientes con todo lo que está ocurriendo en Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump, en términos del racismo y la intolerancia?
Es una tristeza, pero a la vez es algo que siempre ha existido. El mundo entero está en “upheaval” (turbulencia). Cayó el Muro de Berlín, abrieron las fronteras, ahora las vuelven a cerrar. El problema es la pobreza, de ahí salen las guerras y el crimen. Por eso hice temas como “Justicia” y “La libertad lógico”. Pero, como me enseñó Vicentico Valdés, recuerda esto: “es un peligro estar vivo, pero muerto no se puede vivir”.
Rafael Vega Curry