Rubén Blades, un rebelde natural que va más allá de la salsa

Cada vez que lo mencionan, su nombre va antecedido por  una etiqueta errada. “El salsero”, dicen los periodistas, los locutores y los melómanos. Y  nada más equivocado.

Porque Rubén Blades no es un salsero, aunque ha caminado durante casi cinco décadas por los caminos de la Salsa. Podría decirse incluso que  es errado definirlo como un músico, aunque música es lo único que ha hecho desde cuando llegó a este mundo.

 ¿Cómo definirlo entonces? Para ser precisos  Rubén Blades  es, por encima de todo, un escritor. Así como Gabriel García Márquez fue, antes que nada, un enorme músico. 

Ambos eligieron el duro y bello oficio de narrar la vida. Y esa es la razón por la que muchas canciones de Blades son cuentos o novelas que se cantan, mientras que muchos libros de Gabo son boleros o vallenatos que se leen. Y en ambos vamos abrazados con la vida, bailando sus penas y sus dolores.

Que Gabo fuera uno de sus grandes amigos y que hayan hecho un disco juntos no es pura  coincidencia.

Esa tesis no resulta tan extraña si uno revisa los pasos de su vida. Rubén Blades, a diferencia de lo que sucedió con Ismael Rivera, no nació con el don natural  para  ser un  sonero que pone a bailar al mundo.

De hecho, a los 15 años de edad en su natal Panamá, cuando ya había definido que lo que quería  hacer en la vida era música, no le gustaba para nada la Salsa. Andaba explorando el mundo del rock con bandas de adolescentes imitadores de Frankie Lymon & The Teenagers.

Hasta cuando  la  muerte y la vida lo sacaron un día de la burbuja de su mundo cándido con dos  golpes simultáneos.

El 9 de enero de 1964 Estados Unidos se niega a izar la bandera de Panamá en la zona del canal, lo que causa una revuelta popular con saldo de 25 muertos. Y también por esos días, Rubén escucha por primera vez en la radio la música de la orquesta de Joe Cuba.

El cantante de la banda era un negro boricua con una voz  melodiosa, poderosa, transparente y contagiosa, llamado Cheo Feliciano. A Rubén le bastó eso para convertir a Cheo en su gran ídolo y para cambiar por siempre el rock por la salsa.

Escuchando a gente como Cheo, o como Eddie Palmieri, o como ‘Los muñequitos de Matanzas’, entre otros, Blades aprendió las lecciones fundamentales para entender y apropiarse del mundo de la Salsa. Las mismas que nunca terminó de aprender, por ejemplo,  Marc Anthony: el sentido de la clave, el mensaje del tambor, la conexión inalterable de su música con África.

Y leyendo a gente como Gabo, o como Faulkner, o como Kafka, Blades encontró las claves para iluminar los caminos de la Salsa con la antorcha de la literatura. Fue así como creó la ‘República de Hispania’, un territorio imaginario donde está el barrio ‘Salsipuedes’, donde hay un bar llamado ‘El Solar de los aburridos’ y en el que habitan  personajes emblemáticos como Pedro Navaja, Juan Pachanga,  Madame Kalalú, Manuela Peré, Carmelo Da Silva, Ligia Elena, Adán García, el Loco Sebastián.

Allá en ‘Hispania’, ese territorio que refleja a la América inmensa, fue donde Rubén Blades alzó la voz para decir que la  Salsa servía para mucho más que hablar de “la rumba y el bembé”.

Decidió que con ella también se podía hablar del hambre, la guerra y la injusticia. Pero al hacerlo no se inventó la ‘Salsa protesta’. Ni pidió  que lo convirtieran en el ‘salsero de la izquierda’, aunque muchos así lo cataloguen.

Para entender el complejo universo que ha creado desde la música, y el mensaje poderoso que  ha querido transmitirnos,  es preciso separar la obra de Rubén en dos grandes  etapas.

Una que va desde sus primeras grabaciones hasta el año 1995, cuando hace el disco ‘Tras la Tormenta’ con Willie Colón. Es la etapa del hombre al que se empeñan en llamar de forma simplista ‘el salsero’.

En realidad, lo que hay detrás de ella es un escritor que mira, narra y cuestiona al mundo en el que se mueve, forjando un enorme tratado sobre política, sociología y economía en la Latinoamérica del Siglo 20.

Tres  discos descomunales son clave en  esa primera etapa: el mítico ‘Siembra’ (con su ‘Plástico’ y su ‘Pedro Navaja’); ‘Maestra Vida’ (la primera y única ópera propia que ha producido el mundo de la Salsa’), y ‘Buscando América’ (con su revolucionario formato de sexteto).

La segunda,  más corta pero más importante, inicia en 1996 y termina en el año 2002. Es un viaje interno hacia el  Blades que Rubén ve cada mañana en el espejo, con menos pelo y más barriga.

Está fundamentada en ‘La Rosa de los Vientos’, ‘Tiempos’ y  ‘Mundo’. Tres discos enormes que muchos salseros desdeñan y pocos entienden, pero que  fueron hechos con  materias primas que solo proveen  los años: la lucidez del pensamiento, la serenidad del espíritu y la nobleza del corazón.

Esta segunda  etapa es la de un hombre libre de culpas, que ya no señala a nadie y que sabe que la revolución principal es revolucionarse; la de un hombre que aprende el valor de hacer silencio para escucharse, que reivindica al mundo como su patria inmensa y que reconoce en su esencia la suma de  todos los hombres.

 Entre esas dos etapas tan distintas hay muchas más creaciones y apuestas arriesgadas -colaboraciones con el  reguetón de Calle 13, aproximaciones al Flamenco, un disco de tangos y muchos retornos esporádicos a la salsa dura-, que reflejan que Rubén Blades es, ante todo, un transgresor nato.

Pero qué se le va a hacer. En este mundo de etiquetas, obsesionado por ponerle una marca, un empaque y un código de barras a cada cosa, a este hombre le tocó llevar en la espalda uno de esos sellos simples que suelen reducir el tamaño de lo que contienen.

Ossiel Villada Trejos

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