Ponce.- “Me puedo ir feliz. Yo he disfrutado la vida bien”, proclama Enrique “Quique” Lucca Caraballo con la certeza y convicción de que los 103 años de vida pesan en su cuerpo, pero no en su conciencia ni en su corazón. No tiene pendientes, asegura, seguido de “hasta que Dios quiera”.
El mero hecho de vivir más de un centenario hace que despierte la curiosidad de quien lo conoce y le estrecha su mano. Verlo llegar a paso lento, de la mano de su hijo Papo Lucca, al Museo Castillo Serrallés en Ponce, sorprende y hasta lo hace extraordinario.
Cualquier otra persona de su edad pudiese estar postrado en una cama a la espera del último aliento terrenal.
Sin embargo, el fundador de la Sonora Ponceña no es de los que se sienta en la cama a contar los días en el calendario.
Al contario, don Quique todavía se sube al escenario, se ubica en una de las esquinas y observa la dirección de la orquesta que fundó hace más de 60 años. Lo hace con su distintiva gorra y marcando la cadencia con sus manos.
Aunque no va a las todas las presentaciones por cuestiones de salud, trata de ir a las emblemáticas como fue la reciente edición de las fiestas de la calle San Sebastián y este sábado, 13 de febrero, asistirá al bailable Celebrando en Grande los 103 de Don Quique Lucca en el Winner Convention Center en Canóvanas.
Además de la participación de la Sonora Ponceña, la actividad que inicia la 7:30 p.m. contará con Don Perignon y La Puertorriqueña, y Adalberto Santiago y la orquesta Abran Paso.
Don Quique, consciente de que posee genes longevos, ya que la mayoría de los miembros de su familia ha sobrepasado la edad de 90 años, ve como un regalo divino haber cumplido 103 años el pasado 12 de diciembre de 2015.
Según recuerda, su hermano Pellín murió a los 94 años. Su otro hermano falleció a los 98, igual que su madre.
Su abuela materna falleció a los 105 años.
“Lo menos que me imaginé es que yo llegaría hasta aquí a pesar de que me han dado infartos del corazón. No imaginé nunca que llegara tan lejos. Dios me tiene aquí con un propósito. Tengo varias enfermedades y son seis doctores que voy cada tres meses. La salud está bien y mientras pueda voy a ir a todos los bailes. La música es lo que me gusta y gracias a Dios puedo ir a los bailes”, menciona el músico que no visitaba hace 60 años el Castillo Serrallés.
Al lado de don Quique se encuentra, como de costumbre, su hijo Enrique “Papo” Lucca, virtuoso músico que, gracias a la visión de su padre, pudo encontrar la sonoridad pesada que caracteriza a la Sonora Ponceña; esa salsa gorda que tanto aclaman los cocolos de la mata.
Papo logró encaminar la consolidación del estilo musical de la orquesta gracias al respaldo de don Quique, quien fue un director visionario que le dio espacio a su hijo para juntos crear la fórmula perfecta para que la Sonora Ponceña se impusiera desde la década del 70 hasta el presente como una de las agrupaciones más admiradas y respetadas en Puerto Rico y en el exterior.
Para el bailador esta orquesta es una de las predilectas y donde quiera que se presenten logran avivar el ambiente. Éxitos memorables como Hachero pa’ un palo y Fuego en el 23 son imprescindibles en el repertorio salsero.
“Cuando voy a los bailes me siento mejor porque veo a la Sonora Ponceña, y siempre hemos buscado que la gente disfrute y baile con nuestra música. Eso nunca puede cambiar. Eso me llena de sentimiento”, afirma el músico que llegó en 1928 a Ponce, ciudad que hizo suya además de su natal Yauco.
De cuánto ha cambiado la Ciudad Señorial y su historia contesta que “mucho”.
Ha sido testigo de la trasformación social y económica de la ciudad.
Desde ser taxista del área de la Playa de Ponce al casco urbano, hasta fundar y dirigir la orquesta salsera.
De ese pasado dice que añora la parte social de la gente donde “ el vecino te ayudaba”, pero por lo demás dice haberse adaptado al progreso y la modernidad.
Asimismo, es consciente de la crisis económica que atraviesa el País porque, aunque parezca increíble, la parte administrativa de la Sonora Ponceña todavía la trabaja él y lo proclama con orgullo.
“La mente la tengo bien al extremo que la parte de Hacienda de la orquesta la sigo haciendo yo. Ese trabajo es mío. Tengo que sumar y restar y eso lo hago yo”, afirma el músico que todos los jueves recibe a los músicos de la orquesta en su casa en la calle Baldorioty en Ponce.
A la sangre nueva
De las nuevas agrupaciones salseras afirma que en “Puerto Rico hay mucho talento con estudios avanzados, y eso se nota en la música que suena”.
La recomendación que le sugiere a la sangre nueva salsera es que busquen una sonoridad única y distintiva como grupo, tal y como lo hizo Papo al ingresar en la Sonora Ponceña.
La primera agrupación que don Quique formó fue un conjunto que era un tres, tumbadora, bongó, guitarra y trompetas bajo el nombre de Sonora del Mambo.
Luego le cambió el nombre a Sonora Ponceña, y la entrada de Papo fue la que impartió ese sonido particular en los arreglos que logran la distinción entre otras agrupaciones.
“La música tiene que seguir y eso es importante para vivir y ojalá sigan más grupos”, indica el músico que asegura no tiene “voluntades por cumplir”, porque repite con frecuencia que estará “hasta que Dios quiera”.
De su receta para vivir tantos años, concluye sigue siendo la misma: no ingerir alcohol ni fumar.
“Nunca me he dado un palo de ron”, concluye el veterano músico que suele seguir al pie de la letra las indicaciones de sus médicos.
Damaris Hernández Mercado