Cuando se dio cuenta en 1963 que Benny Moré no estaría más al alcance de un abrazo, una llamada telefónica, un mismo espacio en la escena, Miguelito Cuní compuso una canción de inspiración para no olvidar al Bárbaro del Ritmo.
Poco más de 20 años después, el 13 de marzo de 1984, era Miguelito quien se despedía. Juan Almeida, el comandante guerrillero y compositor de altura, evocó aquel momento: «La muerte de Miguelito fue algo que nos dolió a todos los músicos; el son tenía que callar un momento en memoria de quien tanto lo cantó».
Fue así que nació una de las más recias y emotivas páginas de Almeida, Este son homenaje. Al escucharla por primera vez, la periodista y musicógrafa venezolana Lil Rodríguez anticipó: «Este será un tema que resistirá el paso de los años como la voz de Cuní».
¡Qué voz esa la de Miguelito, qué honda y natural le salía la entonación, de amplio registro y rotunda expresión! A cien años de haber nacido el 8 de mayo de 1917 en las cercanías de Pinar del Río, exactamente en la zona de Ajiconal, su impronta en la cultura musical cubana permanece inconmovible.
En la tierra del son se multiplican los soneros, unos con más pegada que otros, pero Cuní pertenece al selecto pelotón de vanguardia, más allá de modas y coyunturas. La clave se halla en el estilo. De cerca o de lejos, en mejores o peores grabaciones, Cuní es inconfundible, como también el músico con quien inevitablemente se le asocia, el inmenso Félix Chapotín.
Miguelito, negro y pobre en un medio social adverso pero donde la decencia y el espíritu de superación constituían divisas irreductibles, orientó su vocación hacia la música desde muy temprana edad en Pinar del Río. El día que escuchó al Sexteto Habanero, se dijo a sí mismo: «Quiero ser sonero».
En Pinar hizo sus primeras armas, hasta que en 1938 se trasladó a La Habana, donde sus cualidades llamaron la atención de Arsenio Rodríguez, quien lo fichó entre las voces que sustentarían la fama de su conjunto.
Si Arsenio fue una escuela –al igual que el flautista Antonio Arcaño, con quien colaboró en los años 40-, la alianza con Chapotín en los 50 resultó la consagración. Ambos siguieron siendo yunta hasta los años 80.
Sones y boleros, espléndidamente cantados por Miguelito y sazonados por Chapotín y sus Estrellas, se convirtieron en razones para el gozo de los bailadores o de quienes sencillamente abrían sus oídos para disfrutar del canto y los incisivos comentarios de la trompeta, o de los acordes pulsados por Arturo Harvey (Alambre Dulce) en el tres, o los increíbles tumbaos de Lilí Martínez Griñán en el piano.
El Chapo supo que Miguelito era la voz para composiciones suyas como Yo sí como candela y Mariquitas y chicharrones.
Cuní le metió con fuerza y gracia a Canallón (Félix Ferrer), El carbonero (Iván Fernández), No tiene telaraña (Rosendo Ruiz Quevedo), La guarapachanga (Juan Rivera Prevot) y muchos más sones.
Desde luego que Cuní también le dio en el centro a la onda sentimental. Por siempre se recordará su tremenda interpretación de Convergencia, rescatada luego a dúo con Pablo Milanés.
Miguelito Cuní es inagotable. En su segundo siglo de existencia, que comienza hoy, tendremos que contar con él.
Pedro de la Hoz