El domingo en la mañana, cuando se cumplieron dos años de la partida de nuestro querido y admirado Cheo Feliciano, por medio del melómano, coleccionista y aliado del género de la salsa, Robert Padilla, recibí la triste noticia del deceso del maestro Ismael Quintana.
De inmediato, llegaron a mi mente diversas oportunidades que tuve de compartir con el ilustre personaje que puso voz a emblemáticos temas como Puerto Rico y Adoración.
Ismael Quintana es admirado por sus fanáticos y por muchos de sus colegas, por sus ejecutorias como intérprete y por su caballerosidad, simpatía y trato afable.
Su voz tenía un timbre único y su estilo peculiar de cantar salsa y boleros le ganó el título de “Maestro en la interpretación del género”. Participó en innumerables grabaciones, como cantante solista, corista y hasta tocando las maracas, lo cual hacía con un estilo muy personal.
A la temprana edad de catorce años, fui a grabar con la Orquesta La Grande de José Canales, bajo la dirección musical del maestro Elías Lopés. Era mi primer viaje a Nueva York, entonces la meca del movimiento salsero. ¡Cuán grande y agradable fue la sorpresa al saber que para los coros habían contratado nada más y nada menos que a tres cantantes que yo anhelaba conocer: Vitín Avilés, Meñique e Ismael Quintana!
Quintana fue el primero en llegar y, a pesar de mi timidez, al verlo en el vestíbulo del estudio, me atreví a entablarle conversación. Me impresionó su humildad y el buen uso que hacía del idioma. Habló pausada y claramente, con un español que no era propio de los cantantes criados en Estados Unidos.
Fue una grabación memorable… yo, un novato ¡con semejante coro!
Pasados los años, y gracias al oficio, tuve la oportunidad de estrechar, nuevamente, la mano de Quintana; siempre un caballero.
Recuerdo que en una ocasión don Quique Lucca, Papo Lucca y La Sonora Ponceña me dieron el honor de improvisarle unos versos a Ismael, quien nos visitaba para unas fiestas patronales de Ponce. Mi mejor recuerdo, y quizás el más significativo, ocurrió un buen día que recibí la llamada del fenecido Pedro Arroyo (director de programación de la emisora Z- 93) quien me dijo: “Yo sé que eres muy fanático de Ismael Quintana, así que pon la emisora que está en entrevista con ‘El Búho’”. Contesté: “Y cuando termine lo vas a invitar a almorzar y me vas a invitar a mí, para poder compartir con él”.
Esa fue una velada inolvidable. Ahí estaba, como cualquier hijo de vecino, uno de los cantantes más grandes de la salsa, con la tranquilidad que da la madurez y que no busca probar nada a nadie. Me habló con la misma humildad de nuestro primer encuentro en el año 1978. Conversamos largo y tendido. Pedro y yo lo entrevistamos informalmente, como dos fanáticos cautivados por su ídolo y él, muy amablemente nos contestaba.
Hablaba de sus compañeros con mucho respeto, admiración y agradecimiento. También compartió cómo logró una vida sana, sin vicios ni excesos. Me impactó su amor por Ponce y la Isla; su devoción y orgullo por su familia… cabe destacar que su primer álbum como solista llevó el nombre de su hija, Jessica.
Bromeó sobre el lugar donde vivía en el estado de Colorado, comparándolo con su vida en Nueva York, y nos confesó que estaba prácticamente retirado de la música. Solo hacía presentaciones especiales con la Fania o con el maestro Eddie Palmieri.
Su admiración por Cheo Feliciano me conmovió. Su confesión de preferir cantar boleros, a cantar salsa, me sorprendió. Luego de ese encuentro nos mantuvimos brevemente en contacto a través de Facebook.
La última vez que lo vi y conversé con Ismael, su sobrino “Tito” me invitó a saludarlo al restaurante El Deli, en Hato Rey. Lamentablemente su salud comenzó a comprometerse seriamente después de ese viaje.
Desde sus grabaciones con La Perfecta del maestro Eddie Palmieri, hasta las realizadas como parte de la Estrellas de Fania, su voz y su estilo marcan una época, convirtiéndose en fuente de inspiración e información para los colegas de cualquier generación.
Descanse en paz maestro; y gracias por ser ejemplo para nosotros, los que trabajamos fuerte para, algún día, poder emular figuras de su talla.
Te recordaremos Quintana;
¡Camínalo! Gilberto Santa Rosa