Marco Antonio Muñiz: Un jíbaro mexicano

Era una época maravillosa y musical en Puerto Rico donde la vida nocturna era mágica.

Siendo un menor de edad y no perteneciendo a una familia de músicos profesionales, yo solo participaba del ambiente musical a través de la radio, la televisión, las revistas y los periódicos.

En mi mundo infantil creaba lugares, situaciones y conciertos.

En mi afán de ser cantante llego a la Escuela Libre de Música y empiezo a codearme con músicos aspirantes de mi edad y con las mismas ilusiones que yo.

Conocí entonces a mi querido hermano y gran músico Mario Ortiz, hijo, quien a la vez me presentó a su insigne padre, el maestro Mario Ortiz.

Desde entonces, Mario (padre) se dedicó cariñosamente a persuadir a su hijo Marito y a mí a que siguiéramos la carrera musical como pasatiempo y que nos preparáramos en otra disciplina para que tuviéramos un “trabajo seguro”.

Después de varios discursos con el mismo propósito y la fracasada cruzada de Mario para tratar de alejarme de mi plan de ser cantante, un buen día me dijo el maestro Ortiz: “ya veo que no me estás haciendo mucho caso, así que si quieres ser cantante de oficio, también tienes que estudiar”.

Con el permiso de mis padres me llevó una noche al legendario Club Caribe del Hotel Caribe Hilton.

¿Su intención? Que yo aprendiera a ser un “entertainer”, en vez de ser un cantante que simplemente se para frente a una orquesta canta y nada más.

Esa noche se presentaba nada más y nada menos que el maestro del entrenamiento, Marco Antonio Muñiz.

Esa noche entendí perfectamente lo que Mario quería decir.

La maestría de Marco, el manejo del público y su dominio de la interpretación me cautivaron. Me convertí, casi inmediatamente, en un estudioso del arte de entretener y mantener a un público cautivo con la música y la comunicación.

Marco era un mago sobre el escenario. Su presencia era imponente, empezando por su elegancia en el vestir.

La calidad de los arreglos, el repertorio exquisito y la tan esperada sección del famoso “misal”, una libreta negra con una cantidad impresionante de “chistes coloraos” que hacían las delicias del público adulto que abarrotaba el Club Caribe noche tras noche.

Durante las tres semanas que duraba su temporada yo visitaba varias veces el Hilton para tomar mi lección de entretenimiento, hasta que la vida me regaló la oportunidad de conocer al maestro Muñiz y convertirme en su amigo y entonces recibir las lecciones directas de uno de los intérpretes más completos e importantes de Latinoamérica.

En mi archivo personal atesoro fotos, discos dedicados y, sobre todo, grandes memorias de un gran artista que a pesar de no ser un cantante del género que me dio a conocer, ha sido una de mis más grandes y más importantes influencias en el desarrollo de mi carrera.

Cuánto lo escuché, cuánto aprendí y cuánto le agradezco su camaradería hacia mi persona.

Gracias Marco, nuestro “Jíbaro mexicano”.

¡Camínalo! Gilberto Santa Rosa

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