Rubén Blades: Diez formas de contar la muerte

Cuando Rubén Blades llegó a Estados Unidos, era un joven abogado recién egresado de la Universidad de Panamá. Entendió pronto que las condiciones políticas en su país le impedirían el libre ejercicio de su profesión, así que fue a Miami, a darle el alcance a su familia. Durante un tiempo intentó arreglárselas, pero no encontró los medios. Entonces levantó el teléfono y llamó a Fania, el sello salsero más importante de Estados Unidos, cuya oficina estaba en Nueva York. Se ofreció como cantante y compositor. Nada, todas las plazas estaban ocupadas. Antes de colgar, tirando la última moneda, preguntó si había algo más, cualquier vacante para cualquier tarea. “Nos hace falta un mensajero”, le respondieron. Perfecto, lo tomó: desde entonces sería mensajero.

La irrupción de Rubén Blades en la salsa ocurriría todavía unos años más tarde. Primero fue, en efecto, mensajero. Luego realizó algunas composiciones. Luego hizo coros para la orquesta de Ray Barretto, una de las estrellas de Fania. Finalmente conocería a Willie Colón, que por entonces estaba separándose de Héctor Lavoe. Escribió para ellos una canción, El cazanguero, con la intención de que Lavoe la cantara, pero este se negó y le sugirió que lo hiciera él mismo. El tema aparece en El bueno, el malo y el feo, el último disco de la etapa Colón/Lavoe. En los siguientes álbumes de Willie, el cantante y compositor sería Rubén Blades.

Colón le dio a Blades algunos elementos necesarios para el éxito. El primero fue el prestigio que gozaba luego de su etapa con Héctor Lavoe, en la que habían explorado ritmos tradicionales afrocaribeños y los habían mezclado con el sonido de las calles de Nueva York. El segundo fue esa postura, casi ética, de que salsa debía estar siempre descubriendo posibilidades, que era precisamente lo que Blades intentaba hacer. Y el tercero fue la absoluta libertad creativa: aunque la relación entre ambos, vista en perspectiva, parece que nunca fue más allá de una amistad profesional, es evidente que fue en extremo productiva.

Blades convirtió en letras de salsa los asuntos que agobiaban a la sociedad, entonces y ahora, para señalarlos y denunciarlos: la pobreza, la arrolladora superficialidad del consumismo, la migración, la cárcel. Su trabajo fue bautizado como salsa-consciencia (o salsa con-ciencia), y tuvo, creo yo, mejores resultados musicales que mucha trova latinoamericana, por entonces muy de moda. Eso, en buena medida, gracias a que nunca invirtió las prioridades: la música y la historia van primero. Luego viene el mensaje.

Porque Rubén Blades, aunque se haya dedicado a un sinnúmero de oficios (cantante, abogado, compositor, político, ministro de Estado, actor), es sobre todo un contador de historias. Antes que poeta, narrador. Prueba de eso son decenas de canciones, muchas de las cuales hablaremos ahora, pero también álbumes como Maestra vida, una larga crónica familiar emparentada con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez y con Pedro Páramo, de Juan Rulfo. U otros, como Canciones del solar de los aburridos, en los que crea un ambiente propicio para las historias del barrio (Tristes querellas de la vieja quinta, el cuento de Julio Ramón Ribeyro, pudo perfectamente ambientarse en el solar de los aburridos, junto a Ligia Elena y Te están buscando).

Cómo se dice la muerte

Dado a contar historias, Blades no evade el tema de la muerte. Al contrario: hace que sus personajes maten y mueran, los hace morir en la canción o los acerca tanto a la muerte que se ven obligados a hablar sobre ella. Que en su obra haya tantas referencias a la muerte es una evidencia de que sus canciones son narraciones biográficas, perfiles, crónicas urbanas, cuentos.

He recogido aquí algunas de ellas. Como decía, no en todas muere alguien, pero en todas se habla de la muerte. En algunas (Sebastián, El padre Antonio y el monaguillo Andrés) mueren los personajes; en otras (Amor y control, La canción del final del mundo), la cercanía de la muerte obliga a los personajes a reflexionar sobre ella. Y en otras (Desapariciones, El velorio) la muerte está allí, rondando, aunque nadie la mencione.

Cuando empecé a escribir en Útero.pe, a fines del año pasado, pensé hacer un post sobre cómo Rubén Blades encara la muerte en tres canciones distintas. Como una resignada acción de gracias (La canción del final del mundo); como una declaración de amor y de locura (Sebastián) y, finalmente, como una responsabilidad que prefiere ignorarse (Desapariciones). En algún momento abandoné la idea hasta que, hace poco, me di cuenta de que había muchos ejemplos más. Hice una lista de catorce o quince títulos, pero he decidido quedarme con diez, que son suficientes para hacerse una idea.

Hace un tiempo, Blades anunció su retiro de la salsa. Vendrá en algunas semanas a Lima, a despedirse de esa etapa de su vida. Que esta lista sirva, también, para entender mejor por qué lo extrañaremos tanto.

Miguel Flores-Montúfar

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